A la muerte del general Francisco Franco, el 20 de noviembre de 1975, se inicia en España un periodo histórico que se conoce como la Transición (democrática). Tras cuarenta años de dictadura, un horizonte nuevo se presentaba ante el pueblo español en el que se esperaba el abandono de los viejos ropajes, las normas y procedimientos típicos de regímenes autoritarios, negadores de la libertad e igualdad de derechos entre los individuos, y el avance hacia un futuro democrático para conseguir la equiparación política de España a los países occidentales vecinos. El proceso no se aventuraba fácil pues no se podía soslayar que el extinto estado franquista fue el resultado de la victoria de una sublevación militar contra el régimen legítimo republicano, en julio de 1936, que desembocó en una terrible guerra civil fratricida de tres años de duración.
Era necesario una socialización política en una cultura democrática que se difundiese por toda la población: niños, jóvenes y adultos. Entendemos dicha socialización como el conjunto de procesos mediante los cuales los miembros de una sociedad aprenden e interiorizan principios, normas, procedimientos y valores relevantes para su conducta como seres políticos. En la socialización política, el papel de las emociones y sentimientos, esto es, de la afectividad, es fundamental. Como defiende Martha Nussbaum, todos los principios políticos precisan para su materialización y su supervivencia de un apoyo emocional que les procure estabilidad a lo largo del tiempo. El cine fue un agente de socialización política digno de tener en cuenta en este período ya que llenaba gran parte del tiempo de ocio de la población. Además, es un recurso privilegiado para el cultivo emocional del que habla Nussbaum: puede servir para generar apoyos o motivos de rechazo a cualquier régimen político así como para mostrar qué tipo de conductas se espera del buen y del mal ciudadano de una sociedad. Tal como indican los expertos en comunicación audiovisual, el hecho de sentarse frente a una pantalla y mirar es un acto que pone en marcha diferentes procesos mentales y emocionales que interactúan al mismo tiempo y son considerables las informaciones que, con frecuencia de manera inconsciente, penetran en nuestro cerebro y remueven nuestra intimidad.
En nuestra investigación, se ha examinado qué tipo de mensajes audiovisuales en torno a la socialización política fue transmitido por el cine en la Transición democrática puesto que, sin duda, este, por sus propias características, es un medio por excelencia para la transmisión de emociones. Intentamos contestar a preguntas como: ¿se puso de manifiesto, en la producción cinematográfica de la Transición, la dimensión política del sujeto?; ¿el cine fue un apoyo para incentivar en el espectador el amor hacia el régimen democrático?; si es así, ¿en qué modelo de ciudadanía se hizo hincapié?, ¿qué tipo de competencias cívicas eran fomentadas desde el cine hecho en la Transición que reflejaba ese período?, ¿se incentivaba la forja de un ciudadano/a con ciertos valores ético-cívicos que asumiera y se integrase en el sistema en el que vivíamos o de uno que, además de convivir con sus iguales, reflexionase críticamente sobre la sociedad en la que vivía y se moviera para su transformación?
La muestra que hemos utilizado se compone de treinta y dos filmes realizados entre el año 1975 y el 1986. De ellos, veintidós películas se sitúan en el presente en el que fueron producidas y diez hacen referencia al pasado más cercano, esto es, a la guerra civil y el franquismo. Con respecto a las primeras, se han analizado: Manuela (Gonzalo García Pelayo, 1976), Asignatura pendiente (José Luis Garci, 1977), Perros callejeros (José Antonio de la Loma, 1977), Ocaña, retrato intermitente (Ventura Pons, 1978), Solos en la madrugada (José Luis Garci, 1978), El diputado (1978, Eloy de la Iglesia), Arriba Hazaña (José María Gutiérrez, 1978), La escopeta nacional (Luis García Berlanga, 1978), Siete días de enero (Juan Antonio Bardem, 1979), Perros Callejeros II (José Antonio de la Loma, 1979), Las verdes praderas (José Luis Garci, 1979), Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (Pedro Almodóvar, 1980), Patrimonio Nacional (Luis García Berlanga, 1981), Volver a empezar (José Luis Garci, 1982), Nacional III (Luis García Berlanga, 1982), El Pico (Eloy de la Iglesia, 1983), El Pico 2 (Eloy de la Iglesia, 1984), Sesión continua (Garci, 1984), Epílogo (Gonzalo Suárez, 1984), La hora bruja (Jaime de Armiñán, 1985), Matador (Pedro Almodóvar, 1986), El disputado voto del señor Cayo (Antonio Giménez Rico, 1986). Entre los filmes que se localizan en el pasado reciente se han utilizado en nuestra muestra: Las largas vacaciones del 36 (1976, Jaime Camino), Los días del pasado (1977, Mario Camus), El corazón del bosque (1979, Manuel Gutiérrez Aragón), La Colmena (1982, Mario Camus), Demonios en el jardín (1982, Manuel Gutiérrez Aragón), El Sur (1983, Víctor Érice), Tasio (1984, Montxo Armendáriz), Los Santos Inocentes (1984, Mario Camus), y La Vaquilla (1985, Luis García Berlanga). Incluimos también La muchacha de las bragas de oro (1979, Vicente Aranda) por sus continuas referencias al pasado que nos dan oportunidad para el análisis del franquismo.
La principal conclusión de nuestras investigaciones es que muchas de las producciones cinematográficas que se hicieron en la Transición apoyaron la construcción de una cultura política democrática, no sólo las que reflejaban ese momento histórico sino también las que situaban su acción en el pasado más reciente. a través de la enseñanza de valores, actitudes y comportamientos que se postulaban como óptimos y del rechazo a ciertas conductas y estilos de vida que eran presentados como aberrantes y que se vinculaban a regímenes no-democráticos. Frente a lo que se ha llamado “el pacto de silencio” en el terreno político que se realizó en España durante la Transición por los diversos partidos políticos, acuerdo tácito por el que se convino no pedir cuentas por el pasado ni instrumentalizarlo con fines partidistas, en el ámbito cultural casi podemos hablar de un “pacto de memoria”, dada la gran cantidad de películas, libros y exposiciones que se hicieron desde el principio de la Transición y que, además, tuvieron un éxito notable (AGUILAR, 2006, pp. 281-282).
La mayoría de los filmes analizados suscitan en el público espectador un absoluto desprecio hacia sistemas autoritarios, represores de los derechos civiles, políticos y sociales que han de caracterizar a las democracias. Unos regímenes autoritarios que se sostienen gracias al apoyo del poder económico de los sectores privilegiados y, en el caso español, del poder religioso (“nacionalcatolicismo”). La clase trabajadora -el pueblo llano- queda aplastada e indefensa ante las tropelías e injusticias que son cometidas por dichos regímenes, ejerciéndose sobre ella todo tipo de violencias. En este sentido, las películas examinadas intentan abrir los ojos, afianzar la capacidad de análisis de los espectadores para que, a través de la repulsión ante la visión de tales desmanes, se comprometan a defender el nuevo sistema democrático que aún daba sus primeros pasos en España y que aparece como el remedio frente a los autoritarismos. Hay un mensaje implícito destinado a que la ciudadanía juegue un papel activo en la construcción y defensa del nuevo orden establecido por la Constitución de 1978.
La libertad como valor supremo de la democracia aparece como tema principal en muchas películas tanto en la forma de libertades civiles –unida al concepto de «autenticidad»- como de libertades políticas. Este nuevo mundo de libertades, el nuevo orden democrático, se muestra como de necesaria conquista y sobre todo los directores más comprometidos con las izquierdas intentan concienciar a los espectadores de los numerosos obstáculos y cortapisas que aún existían en la sociedad para el logro de dicho objetivo. En este sentido, queremos dejar constancia de la valentía que hemos encontrado en directores como Juan Antonio Bardem o Eloy de la Iglesia que se atrevieron a hablar de situaciones de violencia y corrupción en las fuerzas de seguridad del Estado, denunciando palizas y torturas en los interrogatorios desarrollados por la guardia civil y la policía o la complicidad de algunos de sus miembros con narcotraficantes o con ultraderechistas asesinos. Entienden su obra, su cine, como compromiso socio-político.
En los dos filmes centrados en la fratricida guerra civil, hay un esfuerzo por borrar una visión maniquea, los buenos frente a los malos, y reflejan que en los dos bandos se cometieron atrocidades y tropelías, dependiendo más de los propios individuos que de la ideología en sí misma. Muy importante es el género de la comedia aplicado al tratamiento de dicho conflicto, utilizado en una película que alcanzó y continuó logrando altísimos índices de audiencia, La vaquilla. Género que, en el filme, hace hincapié en la fragilidad humana, en las grandes semejanzas proporcionadas por nuestro común elemento corporal, que obtiene placer y felicidad con los mismos estímulos (buenas comidas, disfrute sexual…) y en la necesidad de la convivencia pacífica para su logro. La comedia cuenta además con el fundamental poder de exorcizar el miedo mediante la risa que provoca (BERTHIER, 2003). Coincidimos con Aguilar (2006) en que para entender qué ocurrió en la Transición española es imprescindible considerar la fuerza que tuvo el miedo a la repetición del pasado, el terror a desembocar en una nueva guerra fratricida y a volver a vivir los horrores de la represión del régimen franquista y a una posguerra invadida de miseria tanto moral como económica que reflejan tan bien películas como La Colmena o Demonios en el Jardín, y plagada del drama familiar de la separación impuesta de muchos seres queridos por su adhesión a principios ideológicos disidentes (Los días del pasado, El corazón del bosque, El Sur).
El tipo de ciudadanía en el que se hizo hincapié va evolucionando con el paso del tiempo, rmro en los filmes analizados hasta los principios de los ochenta predomina una ciudadanía activa, participativa, comprometida con la construcción de la sociedad. Entre las competencias cívicas que más destacan está la de poseer una conciencia crítica y lúcida que permita interpretar correctamente la realidad, condición necesaria para procurar su transformación: Siete días de enero, Perros Callejeros o El pico son claros ejemplos de ese intento por conocer a fondo las causas subyacentes a ciertos problemas sociales y políticos. Asimismo, es una ciudadanía que debe interiorizar los valores esenciales de la democracia, como el respecto activo hacia los demás, la igualdad que proporciona esa común dignidad humana que compartimos, la libertad en sus dos caras –libertad positiva y negativa, capacidad de autorrealización y no injerencia de los otros-, y la lucha por la justicia social. Valores que son patentes en todas las películas haciendo más hincapié en unos o en otros.
Estos valores se han de exteriorizar en el «saber hacer», en el uso de procedimientos acordes con el estilo de vida democrático. Manifestaciones, asambleas, citas electorales… se visualizan en los filmes, en distintos niveles y campos de actuación, desde la institución escolar (¡Arriba Hazaña!) hasta el terreno político (El disputado voto del señor Cayo) como reflejo de una nueva etapa. El diálogo es el recurso para solucionar los conflictos, desde el mundo privado de la pareja (Asignatura pendiente) hasta el macrosocial (Siete días de enero) y hay un «no» reiterado al uso de la violencia.
El compromiso ciudadano que proponen los filmes hasta los ochenta busca la construcción de una sociedad muy diferente a la franquista, plantean una democracia fuerte. El modelo de ciudadanía respondería a tres objetivos fundamentales: alfabetizada políticamente, responsable social y moralmente y participativa. Sin embargo, a medida que va avanzando dicha década, ese compromiso político se diluye y cada vez se hace menos alusión a él. La política no es un tema importante en la mayoría de los filmes de los ochenta y en ese sentido, precisamente por no alusión, por dicho silencio, se estimula una conformidad con lo que se había establecido por los políticos profesionales como elementos conformadores de nuestra democracia. Parece haber una relajación hacia la temática política quizá por la idea, más o menos acertada, de que la democracia estaba bien asentada y no habría vuelta atrás.
La mujer aparece como una figura secundaria en la mayor parte de los filmes y no se la ve equiparada con el hombre en el ámbito público. Aunque se hable de igualdad, de libertad… no parece que signifiquen lo mismo para hombres y mujeres. Ellas continúan en la mayor parte de las películas en sus funciones de madre, esposa y compañera de los varones. Sólo Manuela, protagonista del filme del mismo nombre, y Lali, en El disputado voto del señor Cayo son mujeres que reivindican un nuevo estatus para las féminas. Una muestra de que la sociedad de la Transición seguía siendo machista y androcéntrica.
Por último, queremos resaltar que para las nuevas generaciones que no vivieron los años de la posguerra, gran parte de su forma de concebir lo que supuso en España la guerra civil y el franquismo se debe a las producciones cinematográficas, de tal modo que algunas películas se convierten en “lugares de memoria”. En el caso de los que sí vivieron bajo dicho régimen, su memoria individual rinde cuentas a la “memoria” que ofrecen los filmes del periodo y puede, en ese sentido, señalar matizaciones, contradicciones, desacuerdos. Las nuevas generaciones no cuentan con ese recurso y el cine, como recreador del pasado, juega un papel de primer orden como configurador de lo que significaron épocas pretéritas (memoria colectiva), más aún cuando el público espectador no está demasiado interesado en contrastar los datos que aparecen en el filme con otras fuentes historiográficas.